jueves, 10 de diciembre de 2015

No es fácil ser padre cama afuera

(Fragmento de "Manual de instrucciones para recién separadas")

Los hombres sufren. Póngase en el lugar de ellos y dígame cómo se sentiría usted si de un día para el otro llegara a una casa donde ya no la reciben sus hijos, y no pudiera ir a darles el beso de las buenas noches antes de irse a dormir, y no pudiera compartir con ellos el desayuno, el almuerzo, la cena. Eso les pasa a los hombres  cuando se separan: dejan de estar donde los chicos viven y crecen, donde hacen las tareas de la escuela todos los días, donde juegan con sus amigos, donde miran televisión. Un padre que ame a sus hijos no puede menos que desesperarse al darse cuenta de todo lo que se pierde, y al comprender que de ahora en más sólo participará en su educación unas pocas horas a la semana. Si yo fuera hombre, no lo soportaría.
El hombre queda supeditado a lo que su ex mujer quiera sembrar en sus hijos, y convengamos que en algunos casos la maldad (o estupidez) femeninas no tienen límite. Ella está con los chicos todos los días, a toda hora, alimentando o envenenando sus corazones; él sólo tiene, con suerte, el fin de semana para seguir conociéndolos, para hacerles ver que tienen un padre. Es una tarea ardua, por lo que muchos terminan desanimándose y viendo a sus hijos cada vez menos.
El abandono masculino de la prole no siempre se da por desamor, a veces es consecuencia de la impotencia o la culpa que sienten al no poder ajustarse a su nuevo rol de “papá cama afuera”. Esto se da principalmente cuando la separación es conflictiva y su ex mujer se muestra intransigente, o les mezquina los hijos, o los utiliza como botín de guerra, o los pone en contra de su papá.
No es un invento mío. Me lo han confesado unos cuantos hombres: prefieren sufrir por no ver a sus hijos, antes que sufrir por verlos poco y mal. Es una solución extrema, inmadura, dolorosa para todos y muy, muy discutible, pero es lo que sienten. Si a esto le sumamos que los modelos de paternidad y de pareja han cambiado mucho en los últimos tiempos, y que hay hombres que no han sabido adaptarse, no es de extrañar que terminen haciendo lo que no deben.
¿Y a mí qué me importa?, me dirá usted. ¡No quiere a sus hijos, por eso no viene a buscarlos!
¿Y si no fuera así? ¿Y si los quiere, pero no sabe qué hacer estando solo con ellos, no sabe cómo demostrarles su cariño? Si le ha tocado un ex que no se ocupa de los chicos, trate de hablar con él y preguntarle qué le pasa. Pero bien, como si en lugar de su ex fuera su hermano. Y si lo tiene que ayudar, ayúdelo. Si no lo quiere hacer por él, hágalo por sus hijos, pero busque la manera de que ese hombre QUE ESTÁ EN CRISIS (no olvide ese detalle) pueda reencauzar su paternidad.
Las mujeres hablamos de nuestras cosas con las amigas, madres, hermanas, compañeras de trabajo y con cuanta oreja se nos cruce; los hombres generalmente no, ellos hablan de fútbol, del trabajo, de política, pero no de sus sentimientos, y eso en lugar de hacerlos más fuertes los vuelve más vulnerables.
Todavía quedan hombres que conocen una sola forma de demostrar su amor por su familia: trabajar duro para que no les falte nada. El dinero, y todo lo que se puede comprar con él (un buen colegio, medicina prepaga, vacaciones, etc.) se convierte en la mayor preocupación, y el resto queda para después. Estos hombres suelen tener serios problemas cuando se separan, porque casi nunca entienden que su ex esposa, o sus hijos, les echen en cara la falta de diálogo o el poco tiempo que les dedicó mientras estaban juntos. El hombre proveedor, ejemplar masculino casi en extinción entre las nuevas generaciones, de verdad no consigue ver en qué falló: ¡Si les dio todo! ¡Si se desvivía por su familia! Y se siente muy solo, incomprendido, y víctima de una terrible injusticia.

Sufren, los hombres. Hasta el que se fue con otra sufre, si tiene hijos. Porque salvo el que se sacó la lotería encontrando una mujer comprensiva, que no se entrometa y que quiera a sus chicos, el resto debe padecer las zancadillas, caprichos y maldades de “la nueva”, que en muchos casos nada tiene que envidiarle a la madrastra de Cenicienta.
Pobre tipo. 
Él está convencido de que su flamante novia es la mar de dulzura porque le limpió los mocos al nene, y ella no ve la hora de que devuelva el monstruito inmundo para que la lleve al cine.
Él se enternece viendo como ella le lee un cuento al más chiquito, y ella se saltea un renglón porque está pensando cómo darle un somnífero para que se duerma de una buena vez.
Él piensa que encontró una segunda madre para sus hijos, y ella no ve la hora de tener sus propios hijos para desbancar a los de él.
Así somos de cínicas a veces, las mujeres...  

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